Era uno de esos días en que te despiertas y no tienes absolutamente nada que hacer. Un día perfecto para arreglar ese caño que está atorado desde el primer gobierno de García.

Así que como buen macho latino me puse manos a la obra… y seguidamente llamé a mi mami. Por desgracia, su gasfitero de toda la vida había desaparecido sin dejar mayor rastro. 

Estuve tentado a postear en Facebook por ayuda, pero como lo había cerrado en una de esas promesas de año nuevo sólo me quedó buscar yo mismo al gasfitero.

Luego de varios “lo sentimos, el teléfono que blablabla…” encontré al indicado que vendría en tan solo un día. Tres semanas después, luego de gastar medio saldo, apareció por fin el susodicho. 

Todo iba bien hasta que quiso cobrar cual abogado. Entonces le estreché la mano y le agradecí su "pronta" visita… y como mi cordial saludo no fue suficiente tuve que darle para su pasaje.

En idas y venidas, paso más de un mes hasta que por fortuna me topé con Fortunato. Y sí, es su verdadero nombre y no un alias barato.

Fortunato tenía su camisa Ña-Pancha y una sonrisa de boca a boca. Luego de revisar el desperfecto me dio un precio que me pareció perfecto.

Mientras arreglaba el caño me contó de sus mil oficios, de cómo no siempre había trabajo, pero sobretodo, de sus hijos. Soñaba con que uno fuera ingeniero y por ello trabajaba con tanto esmero.

Y al despedirme quedé pensando… Fortunato me da esperanza: sí hay gente como él, hay gente de confianza.